Hola, Qué taaaal??? Espero que disfruteis leyendo este blog y que seáis vosotros los que me conteis a mi, cosas inesperadas.

Saludos!!


domingo, 6 de junio de 2010

BANDERAS EN EL CORAZÓN

...otro relato.


"Vivir es ir doblando las banderas"
LUIS GARCÍA MONTERO


Todo ocurrió cuando descolgué el teléfono una mañana lluviosa de abril. La noticia me la dio mi padre, la abuela está en el hospital, fue lo que dijo. Con esa frase clara y contundente mi cuerpo empezó a temblar, fui a la cocina y me tomé un vaso de leche con miel muy caliente, casi ardiendo, con la esperanza de que pudiera relajarme.

Esa noche no pude dormir, pensé en la abuela y en todos los momentos de mi infancia que había vivido con ella. Los veranos en la casa del pueblo nunca pude, ni quise olvidarlos, sus camas siempre tenían sábanas muy blancas. Cuando la abuela las lavaba y las tendía en la terraza yo siempre imaginaba que estaba en el cielo junto a las nubes. Lo mejor del verano en casa de la abuela eran los domingos cuando venía a despertarme, habría las ventanas y se metía en la cama conmigo, ella siempre me decía “Hoy va a ser un día maravilloso” y siempre lo era.

Cuando me levanté de la cama, después de estar toda la noche sin dormir, llamé al colegio donde trabajo desde hace dos años, le dije a Juan, el director del centro y mi ex marido, que no podría ir, que tenía que ir a Zaragoza, que la abuela estaba en el hospital. Juan no se molestó ni en preguntar qué había pasado, como tampoco le había importado el daño que me había hecho al irse de casa sin dar ninguna explicación.

Cuando llegué a Zaragoza después de tres horas de viaje fui directamente al hospital, cuando estaba frente a la puerta cerrada de la habitación el miedo se apoderó de mí y no sé de donde saqué fuerzas pero mi mano derecha empujó el picaporte hacía abajo y abrió la puerta. Allí estaba mi abuela, la madre de mi padre y el ser más maravilloso que ha pisado la tierra.

Cuando ella me vio abrió los ojos más que nunca y con cierta torpeza me tendió su mano, yo la cogí de inmediato y así estuvimos cogidas de la mano, con los ojos cerrados y sin decir nada durante varios minutos. Cuando las dos volvimos a abrir los ojos, yo pude ver en los suyos un brillo especial, antes de que yo pudiera decir nada ella habló:

- ¡Cariño, cuantas ganas tenía de verte! –dijo con una voz muy suave, casi susurrando.

- Yo también quería estar contigo yaya –dije esto mientras me tumbaba en la cama junto a ella, como los veranos que pasaba en el pueblo.

- Hija, tengo algo que decirte y que no sabe nadie, ni siquiera tu padre, no es fácil y si te lo cuento a ti, es porque creo que puedes ayudarme y porque eres la única en esta familia capaz de soportar cualquier cosa, en eso has salido a mí, eres una chica fuerte.

- Dime, ¿Qué es lo que me quieres contar?¿Qué te preocupa? –hice estas preguntas mientras apretaba su mano junto a mi pecho.

- Mira hija, el abuelo no murió en 1954 como todos pensábamos, el abuelo vive…

No le dejé acabar la frase.

-¿Qué estás diciendo abuela?¿cómo lo sabes?

-Déjame continuar, cariño, que me cuesta mucho hablar.-dijo con una sonrisa al ver mi cara- un camarada del PCE me mandó una carta en 1954 diciendo que al abuelo lo habían fusilado cuando intentó cruzar la frontera para reunirse con nosotros, pero la verdad es que la bala no lo mató, lo mantuvo en cama un año, eso sí, pero no lo mató. El compañero eso no lo sabía, sólo sabía que tu abuelo había subido a la camioneta donde los llevaban al monte para fusilarlos.- la abuela hizo un parón, tomó aire y continuó la historia- Todos creímos esa carta y así vivimos durante mucho tiempo. Hace unos años recibí una carta de tu abuelo, me decía que sentía mucho que estuviera casada pero que él no me olvidaba…

-¿El abuelo pensaba que estabas casada? ¡No me lo creo!

- La madre de Matilde le había mandado una carta a su marido diciendo que yo me había casado en 1956, su marido se lo dijo al abuelo por eso el abuelo no dió señales de vida. Según me ha dicho después, él comprendió perfectamente que me hubiese casado y por eso no volvió a España, para no meterse en mi matrimonio…

-Pero que arpía, ¿cómo puede haber gente así, abuela? ¡Es increíble! Pero… ¿Has hablado con el abuelo?

- El abuelo me escribió hace dos años, la carta todavía la tengo en casa, esa y las que han llegado después, me decía que sentía mucho regresar a mi vida a estas alturas pero que por mucho que lo había intentado nunca me había olvidado, que aunque habían pasado cincuenta años me seguía queriendo…en la siguiente carta se arreglaron los malentendidos y nos hemos carteado todo este tiempo.

- ¿No has visto al abuelo en todo este tiempo?

- Bueno, ¿Te acuerdas del viaje que hice el año pasado con el inserso? ¿Que fui a Benidorm?

-Sí, fue en octubre ¿no?

-Sí, ese, pues no estuve en Benidorm, estuve en Toulouse, con tu abuelo y fueron los diez días más bonitos de mi vida, el abuelo está bien con los problemas propios de su edad, pero muy bien y muy joven para la edad que tiene.

-¿Y por qué no nos dijiste nada, abuela, porqué?

-Porque la historia de España me robó media vida al lado de la persona que más he querido en la vida, bueno, la historia de España y la cabezonería de tu abuelo- la abuela soltó una risa- y ahora los últimos años de mi vida los quería disfrutar, disfrutarlos yo sola con él y él también los quería disfrutar sólo conmigo.

-¿Habéis disfrutado todo este tiempo? –dije casi llorando, emocionada por lo que me estada contando.

-Si hija, mucho, he disfrutado mucho, pero también me gustaría que ahora estuviera aquí conmigo, a mí lado y contigo, seguro que os llevaríais muy bien.

Le di un beso muy largo, que duró hasta que oímos que la puerta de la habitación se habría, era mi hermano pequeño con su novia y traían un gran ramo de rosas blancas, las favoritas de la abuela.

Me despedí de la abuela y de mi hermano y fui hacía casa. Mientras conducía pensé en todo lo que me había contado, así que, giré en una rotonda y me dirigí al pueblo, a casa de la abuela. Aparqué junto a la puerta al lado del almendro, subí a la habitación de abuela y comencé a pensar dónde podría guardar las cartas, miré en el armario, en el cajón de la cómoda, en la mesita de noche, en el salón… pero no encontré nada, cuando ya iba a darme por vencida me acordé del baúl que hay a la entrada, junto a la puerta. La abuela nunca nos dejaba abrirlo, aunque no estaba cerrado con llave ni con candado, siempre nos decía que ahí guardaba nostalgias del pasado y que le pertenecían sólo a ella. Nosotros siempre respetamos eso, y nunca, ni mis hermanos ni yo, lo habíamos abierto. Yo ya sabía toda la historia, así que quite el gran macetero que la abuela tenía encima del baúl y lo abrí. Había fotografías antiguas posiblemente de los padres de mi abuela, algunas fotos de mi padre cuando era pequeño, y otra de la boda de los abuelos. También había varios recortes de periódico de los tiempos de la republica y la guerra. En el fondo había un cofre pequeño, color caoba oscura, muy desgastado por su uso, tenía un candado pequeño y una cuerda fina de la que colgaba una llave. Abrí el cofre con la esperanza de que estuvieran las cartas y allí estaban los sobres de diversos tamaños y de diversos tonos amarillentos. Cogí sólo un sobre, estaba dirigida a mi abuela y le di la vuelta para leer el remite y comprobé que era una carta del abuelo ya que su nombre y apellidos coincidían con los que yo conocía.

Al día siguiente, sin decir nada a nadie, cogí el coche y me puse rumbo a Toulouse. Llegué después de casi seis horas, era tarde, así que busqué un hotel y pasé allí la noche. La mañana amaneció soleada y yo estaba tan nerviosa como el día anterior, tras el desayuno le pregunté al recepcionista del pequeño hotel donde había dormido, la dirección que ponía en el sobre. El recepcionista, muy amable, me índico perfectamente. En pocos minutos estaba en la Rue Quai Lucien Lombard, 2, tras aparcar me detuve a comprobar el paisaje, el edificio del abuelo tenía tres balcones, en tres alturas con geranios rosas y rojos, frente al Garona, un río mucho más grande de lo que yo creía.

Se respiraba tranquilidad y eso me tranquilizó a mí. Fui al portal y pulsé el timbre que marcaba el tercer piso. Me contestó por el telefonillo una voz grave castigada por la nicotina y los años.

-Oui?

-Buenos días, soy Teresa Navarro Gil, ¿Vive aquí José Navarro? –dije mientras me temblaba todo el cuerpo.

El abuelo me abrió la puerta del portal antes de colgar el telefonillo, así que puede escuchar un est-ce possible! que no supe interpretar.

El interior del edificio era muy antiguo. Las escaleras eran estrechas y los escalones muy altos. Subí los tres pisos por las escaleras puesto que no había ascensor lo que me hizo parar en el rellano del segundo piso para retomar el aliento.

Estaba ya en el tercer piso cuando escuché pasos procedentes del interior de la vivienda, el abuelo se dirigía hacia la puerta, cuando la abrió y lo vi, todo mi nerviosismo desapareció de golpe. Ante mí tenia a un hombre barbudo de edad muy avanzada, con el pelo teñido de blanco que me recordaba los duros tiempos que le habían tocado vivir. Me había quedado quieta observando al abuelo que nunca había conocido, en casa de la abuela sólo había una foto que recordaba a aquel hombre, no había duda de que era el mismo hombre que yo tenía delante, con cincuenta años más y con los mismos ojos claros y llenos de luces que habían enamorado a mi abuela. Vestía una camisa de cuadros rojos con los puños doblados por debajo del codo y un pantalón negro que sujetaba a su cintura con un cinturón de cuero marrón.

El abuelo fue el primero en hablar:

-¿Eres la nieta de Julia y la hija de Miguel? –dijo el abuelo algo inquieto.

-Sí abuelo soy Teresa.

Me invitó a entrar, su salón estaba presidido por una gran bandera republicana que colgaba de una especie de percha bastante alta. Preparó café y hablamos durante mucho tiempo. Le conté la conversación que había tenido con la abuela el día anterior. El abuelo me agradeció que hubiera ido a buscarle y me dijo:

- ¡Ya es hora de dejar las ideas a un lado! Había prometido que no volvería a España mientras no se reconstruyera la república que nos fue arrebatada en 1936, pero veo que es imposible, que Julia me necesita y yo os necesito a todos.

- ¿Te gustaría regresar conmigo esta tarde, abuelo? – le pregunté sabiendo la respuesta.

- Sí cariño- dijo tomando mis manos entre las suyas.

Hice la comida con el abuelo y después le ayudé a hacer las maletas. No tenía muchas pertenencias, pero tenía muchos libros. Comprobé que era un gran lector, en su librería había libros de todo tipo. Los pusimos todos en diversas cajas de cartón y doblamos las banderas tricolores que decoraban diversos puntos de la casa. Bajamos todo al coche y pasamos toda la tarde hablando, el abuelo me contó su vida y yo la mía, le conté que era maestra y que había estado casada pero ya no lo estaba.

La tarde se había pasado sin darnos cuenta, esa noche la pasé en casa del abuelo. Al día siguiente, muy temprano, tras cargar el coche con todas las pertenencias emprendimos el viaje hacía España.

Durante el viaje hablamos todo el tiempo, quizás intentando recuperar el tiempo perdido. El abuelo me contó cómo había salido de España huyendo del franquismo con un identidad falsa, cómo había sobrevivido en Francia y la época que había pasado en América.

El abuelo había vivido mucho, de eso no había ninguna duda.

Cuando pasamos el túnel del Somport la cara del abuelo se iluminó, una luz se prendió en sus ojos y ya no se apagó. Llegando a Zaragoza me confesó que estaba cansado y nervioso, también tenía miedo por la reacción de mi padre y mis hermanos. Yo le di ánimos diciendo que no se preocupara que la abuela lo quería y yo también y que los demás, antes o después, lo entenderían.

Aparqué frente al hospital, en ese momento, al mirar los ojos de mi abuelo aprecié el temor que me había confesado antes. Estábamos así, mirándonos cuando el abuelo abrió sus brazos y yo entré dentro de ellos. Mientras el abuelo me abrazaba y besaba la cabeza dijo:

-¡Cuánto tiempo he esperado este momento!

- Yo llevo dos días esperando que pasara, abuelo- le contesté mientras se me escapaba alguna lágrima.

Subí con él hasta la habitación, pero no entré. La abuela estaba sola, así que les dejé un rato para que se contaran todo lo que necesitaban contarse.

Yo fui a la cafetería, me tomé un café bien cargado y descubrí que estaba cansada pero feliz. Feliz por recuperar a mi abuelo y feliz porque fuera un hombre tan cuerdo, comprometido y fiel a sus ideas.

Había pasado una hora, así que subí a la habitación 625. La abuela tenía la sonrisa en la mirada y la mano del abuelo enlazada con la suya. Yo estoy en proceso de divorcio con mi marido y al ver la escena se me escapó una lágrima, tal vez de envidia.



3 comentarios:

  1. Lau!! Me ha gustado muchiiisimo!!
    Quiero saber como sigue la historia... :-)

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  2. Laura!! Qué chulo!!! Y como me gusta a mí eso de que sea maestra... jeje

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