Hola, Qué taaaal??? Espero que disfruteis leyendo este blog y que seáis vosotros los que me conteis a mi, cosas inesperadas.

Saludos!!


domingo, 21 de noviembre de 2010

EL SILENCIO DE LA AMIGA

... lo vivido, lo pensado, lo imaginado... Da para un relato.

–Es que no la entiendo, te lo digo de verdad, que no puedo más…

–Pues anda que yo… Como ha podido hacer eso. Mira que se lo avisamos. Bueno, por lo menos yo se lo avisé. Pero que no nos haya dicho nada. Pues menos mal que somos sus amigas que si no. Qué lástima, con lo bien que estaban. Pero bueno, ella sabrá. Pero eso sí, que no nos mienta

–¡Huy, eso que no nos mienta! No se puede consentir, que para algo estamos nosotras digo yo…

Ella oye hablar a sus amigas y no dice nada. No podría hacerlo, porque hace muchos años que tiene muy claro que la verdad, a veces, no se dice. Cuando era pequeña se quedó sin amigas por hablar con ellas, pero ya había dejado de ser una niña, o eso creía entonces. Ahora, después de cumplir los treinta años, ya no está tan segura de poder decir lo que piensa. Ahora, desde hace algún tiempo, se siente, en ocasiones, casi más sola que entonces, cuando no era más que una cría inexperta y torpe que había cumplido doce años.

– Toda la vida haciéndose la víctima, toda la vida con chicos de aquí para allá, y disfrutando, y claro…

–Si es que algunas no saben vivir de otra manera. Y no es que me moleste que salga a tomar copas y ligue, que ya es mayor.

–Ya, pero es que una cosa es una cosa y otra esto.

Desde que no ve a sus amigas todos los días, se acuerda mucho de ellas. Quizá nunca ha dejado de hacerlo, pero ahora es más consciente. Ahora, cada vez que ve a alguien disfrazado por la calle, se acuerda del color azul; cada vez que escoge tomates de ensalada de un color peculiar, para hacerse un bocadillo de jamón; cada vez que fríe las croquetas, mete un pizza al horno, come tortilla de patata, se acuerda porque eso lo hacía con sus amigas. Y no es sólo eso.

A menudo piensa en sus amigas de entonces. Y no sólo porque lamenta que ya no pueda verlas tanto como antes. Sino porque se siente mal, siente que las cosas han cambiado, que ya nada es como antes, que ya no van en bici, ni se hacen bocadillos de media barra en el recreo. Lamenta que todo haya cambiado tanto para comprobar que, al fin y al cabo, la vida de sus amigas no se parece mucho a la suya, aunque hayan estudiado en el mismo colegio, aunque piensen lo mismo, aunque siempre hayan estado juntas, aunque las quiera, aunque las quiera tanto como antes. Qué pena, que las cosas hayan cambiado…

–Pero eso da igual, yo no tengo novio y también me gusta salir y conocer tíos, hasta enrollarme con alguno si me gusta.

–Yo no lo entiendo, una tía como ella, con lo que ha estudiado, con lo que ha luchado…

–Es que llegar a ese punto… Yo no digo que sea malo, pero…

Ella se calla, mira a la que acaba de hablar, y le dice en silencio que es muy bueno. Buenísimo. Lo sabe porque cree en la amistad profunda, en la libertad de cada uno para decir lo que quiera, para hacer lo que quiera, para actuar como quiera. Cree en la amistad que apoya, acompaña, complace… Quiere a sus amigas, pero también las echa de menos. Tantos años después, ahora que ya no le hace falta callarse, porque sus amigas ya la conocen, saben como es, sus ideas, lo que piensa, las sigue echando de menos, quizá más que hace unos años, más que nunca, mientras escucha hablar a sus amigas en la playa, todas las tardes, y todas las tardes calla.

viernes, 19 de noviembre de 2010

SOFÍA

... algo te conmueve.



Me llamo Sofía, y desde niña he oido que es nombre de reina. Me llamo Sofía, como los pasos oscuros de mi abuela, antes que un tren me dejara sólo un nombre y un vacio en la memoria. Me llamo Sofía, como el conocimiento, me recuerdan aquellos quienes saben dos o tres palabras de griego y tienen muy poco que contar. Me llamo Sofía, y nunca me dicen como Coppola, como Magso, como esa de Kill bill a la que le cortaban los dos brazos. Me llamo Sofía, y pido disculpas por no tener a Jostein Gaarder en mi mundo, por no querer estar en el candelabro, por no tener de Bulgaria más que una postal que no era para mí. Me llamo Sofía, y desde niña he oido que era nombre de reina y también que por allí, de donde vengo, llueve mucho y que los niños ya no saben jugar, y tantas otras conversaciones de ascensor... Por eso, para dejarnos de tanto tópico y tanto rollo monárquico quisiera llamarme de vez en cuando Dolores, Virginia, Margarit... y hablar también de revolución.

Sofía Castañón (poeta asturiana)

lunes, 15 de noviembre de 2010

LAS ROSAS DE LA FELICIDAD

... es lunes. Hoy ha llegado a casa cansada. Al entrar en la habitación ha tirado el abrigo sobre la cama y se ha quitado los zapatos. Así, descalza, ha ido hasta la cocina y ha comenzado ha preparar su tila. Estaba nerviosa. Cuando el microondas ha anunciado que el agua ya estaba lista han llamado a la puerta. Al abrir se ha encontrado como hace casi un año al chico de la floristería con un gran ramo de rosas rojas.



El primero llegó el día de su cumpleaños. 37 rosas rojas sin trajeta. En ese momento pensó que alguien se había olvidado de ponerla y dio las gracias en voz baja por ese regalo. El mes siguiente al de su cumpleaños, el mismo día y más o menos a la misma hora volvió a llegarle otro ramo de rosas rojas de manos del chico del reparto de la floristería de la esquina. Ese día tampoco llevaba tarjeta, y eso le inquietó bastante. Llamó a su hermana que le quitó importancia, como tampoco se preocupo su mejor amiga.



El ramo de hoy ya era esperado. Marisa ya se había acostumbrado a tener un ramo de rosas rojas cada día 24 de cada mes. Había pasado un mes desde que recibiera el último y un año desde el primero.



Era 24 de abril, y Inés cumplía 38 años. Llegó a casa nerviosa. Por la mañana había llamado a su hermana y a su amigas para comunicarles que no quería cena du cumpleaños, que estaba cansada, que era mejor dejarlo para otro día. Marisa no estaba cansada, estaba nerviosa. La tila de esa tarde no le sirvió de nada, fue derecha al minibar y se sirvió un whisky doble. Después parecía más tranquila, pero no lo estaba. Ella misma pensó lo tonta que era. ¿Cómo podía esperar con tanto ansío el regalo de alguien que ni siquiera conocía?. Se sentó en la butaca del salón e intentó leer un rato, pero era imposible concentrarse. Su regalo siempre llegaba a las siete y ya eran las ocho. Encendió la tele más nerviosa que antes. Ni siquiera adivinó las preguntas de aquel concurso que tanto le gustaba. Con las letras finales del programa miró el reloj, ya eran las nueve y sabiendo que la floristería de su barrio cerraba a las ocho, dejó de estar nerviosa. Ahora estaba triste. Tan triste que al día siguiente lo catalogaría como el cumpleaños más triste de toda su vida. No cenó y a las diez ya estaba en la cama.



Los días pasaban y su hermana y su amiga la notaban más triste cada día, se estaban comenzando a preocupar.



El 7 de mayo cuando llegó a su casa tras el trabajo, ya no esperaba nada de nadie, así que no se hizo ninguna tila. Estaba claro que había sido algo puntual de alguien que se había querido reír de ella. A las siete y cuarto en punto, sin esperarlo, sonó el timbre y a ella se le volvió a poner una sonrisa en su cara al ver lo que tenía delante. Un ramo de rosas rojas le esperaba para ella. Lo abrazó y fue con el hasta el sofá. Tras olerlo comenzó a contar las rosas, había 38. También descubrió para su sorpresa que esta vez las rosas llevaban tarjeta. No sabía si quería leerla o no. Pero acabo abriendo el sobre. "Lo siento. He estado en el hospital. Estoy enfermo".



Sintió el impulso de llamar a la floristería de su barrio. Pero prefirió ir ella directamente.



-Me gustaría saber quién me manda el ramo- le dijo al chico que se lo había llevado a casa.

-Sí, claro. Nos dio su consentimiento-dijo con sonrisa cómplice.



Esta noche ha dormido de un tirón y mejor que nunca. Hasta ha soñado. Ha ido a la casa del señor que le mandaba rosas y al otro lado de la puerta ha descubierto a un hombre de unos 45 años, alto y atractivo. Se han dado un abrazo y la ha invitado a pasar. En el momento que se ha cerrado la puerta, se ha despertado.

Qué lástima que haya sido un sueño, piensa. Ella nunca ha tenido ni tendrá la fuerza suficiente para presentarse en esa casa pero ahora, por lo menos, cada vez que le llegué un ramo de rosas rojas sabrá que las manda Roberto, su primer novio.

lunes, 8 de noviembre de 2010

SURREALISMO MONJIL

... hay un incidente con la puerta.




Podría haber pasado cualquier domingo de cualquier mes en cualquier residencia de estudiantes de España. Sin embargo, pasó un domingo de octubre en la residencia donde vivo desde hace algún tiempo. Mi residencia es de monjas, que con generosidad y paciencia nos hacen la estancia lo más agradable posible. Ese domingo había misa y cena para todas las residentes y Sor Antonia vino a buscarnos para decirnos lo que teníamos que hacer por la noche durante la fiesta.

Estábamos en la sala de la televisión, una habitación común con sillones alargados de cuero marrón colocados en semicírculo en torno a la tele, cuando Sor Antonia vino a buscarnos.

-¿Podéis bajar?, es un momento, solamente para explicaros lo que tenéis que hacer.

Estábamos con los ordenadores y para evitar imprevistos tales como robos, cerró la puerta con el pestillo del pomo para abrirla después con la llave. Dejando los portátiles dentro y la tele encendida bajamos al primer piso para recibir las instrucciones.

Cuando regresamos de nuevo a la sala, Sor Antonia sacó su llave, la metió en la cerradura y la giró, pero la gran puerta de cristales no se abrió.

-No os preocupéis- nos dijo-voy a buscar a Sor Ana que tiene llave maestra.

Al poco rato apareció con ella y con la llave, intentó abrir y la cerradura tampoco respondió. Se fueron, dejándonos frente a la puerta, en busca de alguna herramienta y antes de que llegaran ya habían aparecido tres monjas más para probar sus respectivas llaves. Ninguna abría la puerta y en el interior, la tele nos hacía llegar los diálogos de la película de la tarde.

Ya estaban Sor Ana, Sor Antonia y tres monjas más cuando apareció una sexta. Esta traía un pequeño destornillador con el único fin de hacer palanca.

-¿Con esta mierda de destornillador piensas abrir?-dijo Sor Ana haciendo una mueca.

Este comentario hizo que todas las que allí estábamos estalláramos en risas.

El pequeño destornillador no hizo ningún efecto en el pomo de la puerta. Así que a Sor Antonia no se le ocurrió otra cosa que comenzar a dar patadas al estilo de Yaki Chang.

No podía parar de reír, la escena era surrealista. Seis monjas alrededor de una puerta que no se abría.

Una monja trajo un martillo y con el destornillador en la cerradura comenzaron a dar golpes. La madera se astillaba y la puerta seguía sin abrirse. Mis ojos empujados por la fuerza de la risa no podían parar de llorar. En medio de los martillazos y viendo que la puerta no cedía, una de ellas preguntó.

-¿Cuál es el santo de los imposibles?

Otra voz, que sonó más fuerte contestó rápidamente.

-¡Santa Rita!

Por lo que dijo más tarde, lo supo tan rápido porque es la patrona de su pueblo.

Me volvió a entrar la risa que se había calmado por momentos.

Los martillazos volvieron a sonar en medio del alborozo. Cuando sonó otra pregunta.

-¿Y el de la paciencia?

-El Santo Job- dije en medio de mi risa. Todas las mojas me miraron estupefactas.

La puerta no se abría, las chicas no podíamos parar de reír y todas las monjas intentando lo imposible.

Una bombilla, de esas que se encienden cuando menos te lo esperas en la mente, se encendió en medio de mi hilaridad. Si la puerta tiene dos hojas, de alguna manera se podría abrir. La luz que me iluminó hizo que pensara en la pestaña que sujeta una parte al suelo y deja abrirse a la otra. Les dije a las monjas que me dejaran probar a ver si podía.

Una de mis amigas hizo palanca en la parte móvil y pude subir la pestaña del seguro de la parte de abajo. Hicimos la misma operación en la parte superior. Un pequeño empujón y la puerta se abrió.

Todas las monjas se quedaron de piedra. Habían empujado, dado patadas, martillazos y no habían conseguido nada. La clave estaba simplemente en levantar un par de pestañas.

La puerta quedó destrozada y al día siguiente el pobre chico, que se encarga de los arreglos, tuvo que pasarse toda la mañana arreglando el estropicio que se había formado la tarde anterior.


lunes, 1 de noviembre de 2010

LA NOVICIA REBELDE

...un lunes con relato.



Siempre he estado segura de mi vocación.
Entré al noviciado con 22 años y nunca, en los tres años, he tenido ninguna duda.

Soy una chica normal, siempre he sido una chica normal. Tengo amigas de todo tipo y me gusta salir con ellas. Salimos los fines de semana y vamos a cenar o a tomar una copa. Lo paso bien con ellas. Son divertidas y sociables lo que hace que tengan un imán para atraer a chicos bastante guapos.

Antes de entrar al noviciado me hice una pregunta: “¿Quiero dar mi vida para formar una familia o dársela a la gente?”. Elegí la gente. Siempre he querido estar cerca de todos aquellos que me necesitan, de los más desfavorecidos.

Soy consciente de que soy una chica joven, y según dicen los que tengo a mí alrededor, también soy atractiva. Tengo el pelo moreno y la piel teñida del sol del verano todo el año. Muchas veces, en esas salidas nocturnas, ha habido chicos que han querido ligar conmigo, sin embargo no les he hecho demasiado caso y acababa partida de la risa viendo la cara que ponían cuando les contaba a que me dedicaba. “A la gente”, les decía, y huían despavoridos. Tal vez hacía esto porque estaba segura de quién era y de quién estaba dispuesta a ser.

Toda mi vida estaba tranquila, hasta que llegó una semana lluviosa de finales de octubre. El agua arrastró con ella toda la tranquilidad. Por una alcantarilla se escapó mi sosiego y al río fue a desembocar mi calma. Una sola semana bastó para que todas las certezas se escaparan y llegaran las dudas a mi ser igual que llega el sol después de la lluvia. Una semana bastó. Un chico encantador fue suficiente para echar mi puerta abajo.

Lo conocí en esas noches de algarabía fiestera en una de las discotecas más grandes de Sevilla. No podía dejar de bailar, junto con mis amigas, la canción que había estado sonando durante todo el verano. Una canción que bien podría ser de cualquier concursante de Operación Triunfo. Fue en medio del estribillo cuando noté su mano en el centro de mi espalda. Al girarme lo vi. Al verlo, la canción estival dejó de sonar, la gente de alrededor se convirtió en estatuas de sal, las luces se apagaron. Tan sólo un foco de luz blanca iluminaba su cara. Conservaba el moreno del verano, facciones muy marcadas, barba bien afeitada y previsiblemente muy suave. Su boca era grande y sus labios carnosos. Sus ojos claros hacían que la luz espejara y volviera a su punto de partida. Fue un momento, tan sólo unos segundos lo que tardó en recorrerme una extraña sensación de cosquilleo.

Los acordes de la siguiente canción fueron los que me hicieron reaccionar, ahora mis amigas ya bailan al ritmo y las luces habían vuelto a encenderse. Su cara estaba más cerca de la mía. Su cuerpo estaba más cerca del mío. Estaba segura que tras la ropa se encontraba un cuerpo fibroso sin el menor indicio de grasa. No dijo mucho, tan sólo me preguntó mi nombre, y seguimos bailando toda la noche.

El lunes, justo antes de empezar las clases me llegó un ramo de flores. Lo recogió Sor Angustias, la hermana que siempre está en portería. Por suerte pude esquivar su curiosidad, diciéndole que la semana anterior había sido mi cumpleaños y era un regalo que llegaba con retraso. El martes ya no pude disimular y fingí que iba a llamar a la floristería porque se habrían despistado. El miércoles llegó con tarjeta. Un pequeño sobre muy bien escondido entre las flores. “Queda conmigo esta tarde o llámame y hablamos. 615897625.Jaime”. Estaba claro que no iba a seguirle el rollo, metí las flores en un jarrón, las llevé a la capilla y continué mi tarea. El jueves volvió a llegar con la misma nota igualmente resguardada de miradas curiosas. Está vez, no pude evitar hablar con Sor Asun, la superiora de mi comunidad. Estaba claro que algo pasaba y ya había llegado hasta a los oídos más sordos. Después de una leve reprimenda acompañada de preocupación, decidí llamarlo y arreglar el problema.

Antes de decirme cualquier otra cosa dijo:

-¡No hablaré contigo hasta que no quedes a tomar algo!- lo dijo rápido, antes de que yo pudiese hablar.

-Necesito hablar contigo.

-Esta tarde a las cinco en el café central.-y colgó sin darme tiempo a que dijese nada.

He llegado al café y ahí estaba él. Vestía sencillo y elegante, una camisa de cuadros finos azules y unos vaqueros. Nada en él parecía diferente a la primera vez que lo había visto. Sin embargo, todo era ya diferente.

De regreso a casa, me he vuelto a hacer la pregunta que me había hecho diez años atrás. “¿La familia o la gente?”. Por primera vez en mi vida he tenido dudas.